La emancipación del pueblo latinoamericano-caribeño, para consolidarse, deberá transitar, indefectiblemente, por el camino de la independencia integral, la unidad y el socialismo.
En pleno siglo XXI es imposible pensar que cualquiera de nuestros países logrará bienestar para sus pueblos sin alcanzar esos tres objetivos entrelazados, que implica, fundamentalmente, una larga lucha contra el imperialismo y sus aliados nativos.
Es ingenuo creer que aquellos que usufructúan con la fragmentación latinoamericana caribeña, que son los mismos que manejan su economía, cedan sin resistencia ante los intentos unionistas e independentistas de gobiernos y fuerzas políticas y sociales patrióticas y revolucionarias.
Cada vez está más demostrado que no es posible que ambos proyectos convivan en un mismo espacio. O es uno o es el otro, pero ambos sólo pueden cohabitar en un breve espacio de tiempo, donde al final prevalece el más fuerte.
De allí que los gobiernos progresistas y revolucionarios de la región deben de tener en claro que si no se avanza en marcha constante y sostenida hacia esos objetivos de unidad, independencia y socialismo, el enemigo reacomoda sus fuerzas y contragolpea.
Nada es más peligroso entonces que detener la marcha. Una cuestión es un repliegue táctico y otra muy diferente es perder de vista los objetivos, transando con posiciones socialdemócratas o reformistas que supuestamente aplacarían la embestida contrarrevolucionaria.
La historia nos enseña que los movimientos populares que alcanzaron su independencia política al lograr ser gobierno, poco duraron cuando este poder no se utilizó para independizar su economía. A través de elecciones, insurrecciones, golpes de estado u otros métodos, las fuerzas revolucionarias más de una vez desplazaron de los gobiernos a las oligarquías o a los agentes del imperialismo; pero luego fracasaron cuando dieron la batalla en el plano de la soberanía económica.
El peronismo en Argentina, buscando la vía del capitalismo “autónomo”, intentó en varias oportunidades conquistar esa independencia económica
, pero los límites propios de su proyecto “burgués nacional” lo condujeron a la derrota. Lo mismo fue el caso de Velasco Alvarado en Perú, Arbenz en Guatemala, Lázaro Cárdenas en México o Getulio Vargas en Brasil.
La vía capitalista “autónoma” en América Latina y el Caribe carece de la fuerza suficiente para enfrentar con decisión al bloque oligárquico-imperialista. Logra el poder político –en muchas oportunidades–, nacionaliza parte sustancial de los resortes básicos de la economía existente, pero no alcanza a avanzar en la construcción de los elementos fundamentales para independizarse definitivamente: la unidad nuestramericana y el desarrollo de las fuerzas productivas a escala de alta tecnología: no logra desarrollar la Rama I de la economía.
Es por ello que sin trascender los límites del capitalismo –por más nacional que éste se diga–, no se podrá derrotar a los enemigos históricos del pueblo. Sin abordar debidamente el tema de la independencia y la unidad desde la perspectiva del socialismo los límites se presentan infranqueables.
Las tareas, en principio, podríamos calificarlas de naturaleza democrático-burguesas (nacionalizaciones, reforma agraria, fortalecimiento del Estado, integración regional, ciertas conquistas sociales, etcétera); pero en la etapa definitoria de la construcción de una economía verdaderamente independiente, sólo el protagonismo decidido de la clase trabajadora podrá realizarlo. Y esto se debe a que la casi inexistente burguesía “nacional” tiende a capitular ante el primer revés, la pequeño burguesía o clases medias idealizan el proceso productivo apelando a fórmulas idílicas pre-capitalistas, y solo la clase obrera es aquella que para su bienestar necesita deslastrarse tanto del yugo imperialista como del yugo del capital. El socialismo entonces, emerge como única vía, bajo la conducción de la clase trabajadora, para resolver las tareas históricas del conjunto del pueblo.
Sin caer en esquematismos, podríamos afirmar que la lucha por la independencia económica atraviesa por dos momentos una vez alcanzado el poder político: 1) la recuperación para la Nación y el pueblo de los resortes básicos de esa economía (el petróleo en Venezuela, el gas en Bolivia, el cobre en Chile, la tierra en Argentina, los minerales en Perú, etcétera); 2) con esos recursos nacionalizados, el salto a la construcción de la Rama I de nuestras economías (producción de medios de producción). Ese salto implica la unidad regional, ya que aisladamente es muy difícil pasar de la extracción de petróleo, por ejemplo, al desarrollo de una poderosa industria petroquímica; de la extracción y exportación del hierro a una sólida industria siderúrgica; del control del gas a un pujante proceso de industrialización; de la extracción de litio a la fabricación de baterías; etcétera. La unidad latinoamericana caribeña –en términos burgueses–, podríamos decir que es la necesidad de contar con nuestro hinterland, con un vigoroso mercado interno, alcanzando escala para una producción de alta inversión de recursos.
No es tanto en el primer momento donde el enemigo se pronuncia con mayor alevosía –si bien lo hace previendo–, sino que arremete con precisión cuando percibe que las fuerzas populares podrían pasar a dar ese gran salto. De ahí su empuje para malograr todos los intentos de integración obtenidos por la segunda ofensiva unionista independentista impulsada, en primera instancia, por el Comandante Chávez.
Si Chávez fue el enemigo número uno del imperialismo yanqui y las oligarquías regionales, fue por el hecho que el Comandante señaló con claridad el rumbo del proceso revolucionario para Nuestra América: Unidad, Independencia y Socialismo. Y más concretamente, ciertas propuestas de base para dar el gran salto en esa segunda etapa de consolidación de la soberanía económica: el Banco del Sur; el Gasoducto del Sur, Petrocaribe; el proyecto Grannacional del Hierro y del Acero; la empresa aérea Alas del Sur; la empresa Grannacional naviera, del aluminio, de la madera, etcétera.
Todo ese titánico trabajo, de unir y liberar a nuestros pueblos construyendo la soberanía integral de la Patria Grande, será acción de la clase trabajadora movilizada y decidida a derrotar al imperialismo y sus socios.
Ante la ofensiva actual de la contrarrevolución en varios países de Nuestra América, se hace imprescindible volver al espíritu fundacional del ALBA, a retomar la senda de la unidad nuestramericana, despojándonos de todo folclorismo patriotero e impulsando la construcción de todo aquello que aporte a la consolidación de la independencia económica. Aquellos países, cuyos gobiernos –por sus propias definiciones–, están intentando trascender el capitalismo, están en condiciones de aunar esfuerzos en la planificación de una economía integrada, aplicando verdaderamente el Sucre para sus transacciones comerciales, industrializándose en el apoyo mutuo, asociándose en empresas de gran envergadura como son los proyectos Grannacionales bocetados oportunamente, rompiendo con el monopolio tecnológico de las metrópolis imperialistas y movilizando al pueblo con objetivos claros y bien definidos.
Se trata de expulsar al imperialismo de nuestra Patria Grande, de frenar su acción expoliadora, liquidando a su vez, a la oligarquía vendepatria, que juega el rol de cabeza de playa para sus incursiones. Son ellos o son los pueblos, pero para que sean los pueblos tendremos que levantar tres banderas simultáneamente: Unidad latinoamericana caribeña, Independencia integral y Socialismo nuestramericano.
 Caracas, 26 de enero de 2016.

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