Atilio Borón. ¿Cómo combatir la ofensiva fascista en Venezuela?

27 de marzo 2014

La blandura en el tratamiento de los sediciosos y los violentos precipitará la desmoralización de las filas chavistas
  

¿Qué hay que hacer para poner fin a la escalada violenta en Venezuela? Es obvio que el imperio tiene un libreto, como lo advirtiera Chávez en la conferencia que brindara la noche del 10 de diciembre del 2007 en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.[1] Un libreto que fue ensayado en otros países desde hace mucho tiempo: el caso más notable que de alguna manera fijó los parámetros de este inducido proceso de fascistización fue el Chile de Allende. Luego de esa pionera experiencia criminal el libreto se ha ido perfeccionando con numerosos ensayos perpetrados en otros países y tentativas de sistematización teórica, la más importante de la mano de Eugene Sharp y su equipo del Albert Einstein Institute, un nombre mentiroso como pocos para una institución dedicada a diseñar nuevas estrategias de “cambio de régimen” que apelan a supuestas vías “no violentas” para derribar a gobiernos insumisos ante los dictados de Washington. Los casos de Libia, Siria, Ucrania y ahora Venezuela ilustran didácticamente lo que quiere decir la expresión “no violentas” para los estrategas e intelectuales del imperio.

Es inocultable el hecho de que el sistema internacional está atravesando por una turbulenta fase de transición geopolítica global. En poco más de una década surgieron nuevos centros de poder económico y político al paso que el poderío global de Estados Unidos se ha debilitado. Sigue siendo, sin duda, la potencia militar más importante del planeta pero eso no le alcanza para ganar guerras, como sobradamente lo prueban los casos de Vietnam, Iraq y Afganistán. Sus aliados son cada vez más vacilantes e inciertos; sus vasallos menos obedientes y sus adversarios y rivales cada vez más poderosos e influyentes. Washington pierde posiciones en Oriente Medio: fracasó en su intento de atacar a Siria, sus chantajes a Irán terminaron siendo inocuas bravuconadas y sus aliados históricos en la región, las reaccionarias teocracias del Golfo son amenazadas por el avance del jihadismo e Israel despliega, en algunos temas, un juego propio que paradojalmente transforma a Washington en su reluctante subordinado. En Asia Central el sentimiento antinorteamericano llega a alturas sin precedentes y en el Extremo Oriente la creciente gravitación de China aparece como irresistible y destinada a mover las placas tectónicas del sistema internacional.

Es en este cuadro de declinación imperial que hay que comprender la cruenta ofensiva sediciosa lanzada contra la Venezuela Bolivariana, sede de la mayor reserva de petróleo del planeta y, por eso mismo, un incontenible imán para un país que construyó un modo de vida y cimentó su supremacía planetaria sobre la base del irresponsable derroche de ese recurso. Tal como ocurriera en la década de los setentas del siglo pasado, cuando las derrotas en Indochina (Vietnam, Laos, Cambodia) desataron una contraofensiva que culminó con la instalación de dictaduras militares en casi todos los países de América Latina y el Caribe, el retroceso global de Estados Unidos en el mundo actual lo impulsa nuevamente a buscar refugio en su “patio trasero”, como hace poco dijera John Kerry en su visita a la OEA. O en su tradicional “retaguardia estratégica”, como la definieran Fidel y el Che. Y para eso hay que barrer con regímenes políticos y gobiernos indeseables.

De ahí la enorme dificultad de poner fin al ataque de los fascistas en Venezuela, por más llamamientos al diálogo y a la paz que efectúe el presidente Nicolás Maduro y que son groseramente desoídos por la oposición. Venezuela es la cabeza de playa de una estrategia de desestabilización integral de las democracias latinoamericanas que comenzando por la tierra de Chávez, intentará proseguir su marcha por Ecuador y Bolivia y, finalmente hacer pie en Argentina, Brasil y Uruguay. El resultado que se busca con esta operación es regresar América Latina y el Caribe a la situación prevaleciente en vísperas de la Revolución Cubana e instaurar en toda la región “gobiernos amigos”, neocoloniales y serviles en relación a los intereses económicos y geopolíticos de Washington. Esto es lo que convierte a la actual batalla de Venezuela en el equivalente de lo que fuera Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial: una batalla decisiva, que no se puede perder porque el “efecto dominó” de una derrota sería demoledor para las luchas emancipatorias de nuestros pueblos y el imperio lo sabe. Pero detener esta escalada de violencia que hoy llena de luto y dolor a la República Bolivariana de Venezuela requiere lo siguiente:

a) en primer lugar, una sostenida presión internacional y doméstica, al interior de Estados Unidos, para que la Casa Blanca deje de alentar, organizar y financiar a la derecha venezolana embarcada en un proyecto irreversible de fascistización. Para eso Barack Obama debe reconocer el legítimo triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones del 14 de Abril del 2013, ratificado por la contundente victoria del chavismo en las municipales del 8 de Diciembre de ese mismo año. La contumacia de Washington es una clarísima señal a los sediciosos de que sus crímenes cuentan con el incondicional aval del imperio. Sin este apoyo del gobierno norteamericana la ofensiva sería derrotada en cuestión de días. Obama debería ser denunciado ante el Tribunal Penal internacional como el principal instigador de la violencia que tantas muertes ha provocado en Venezuela.

b) segundo, descargar todo el rigor de la ley sobre los sediciosos y los manifestantes que apelan a todas las formas imaginables de la violencia. De lo contrario se produciría la metástasis de la fascistización englobando -como parece evidente en estos días- a sectores cada vez más amplios de la oposición atraídos a la estrategia del derrocamiento por la vía de la violencia del gobierno bolivariano por dos factores. Por un lado, la impunidad con que se espera contar del acosado gobierno bolivariano que ha sido excesivamente tolerante con los revoltosos (hablamos de gente que destruye bienes públicos y privados; tiende “guayas” para degollar motorizados; ataca con “bombas molotov”, etcétera); por el otro, por el “ejemplo exitoso” de Ucrania, en donde una banda de neonazis se montó sobre una protesta originalmente pacífica y perpetrando toda clase de crímenes y desmanes se hizo del gobierno, mismo que fue inmediatamente reconocido por la Casa Blanca y sus compinches de la Unión Europea.

La blandura en el tratamiento de los sediciosos y los violentos precipitará la desmoralización de las filas chavistas, la disgregación de sus estructuras organizativas y una muy negativa modificación de la correlación de fuerzas en desmedro de la revolución y a favor de la contrarrevolución, porque de esto se trata cuando en Washington se habla de “cambio de régimen”. En momentos como este, la benignidad en el tratamiento de quienes quieren lograr a sangre y fuego borrar de la faz de la tierra a la Revolución Bolivariana es el camino seguro para la autodestrucción del proceso. Primero habrá que aplastar la contrarrevolución en marcha, y luego se verá quienes serán los que merezcan beneficiarse de la generosidad e hidalguía de la revolución ratificada en el poder.

c) Tercero, potenciar y mejorar la organización popular y sus mecanismos de movilización. La derecha intentará combinar sus acciones violentas y destituyentes con el control “pacífico” de las calles con guarimbas, marchas y toda clase de manifestaciones callejeras. El chavismo deberá recuperar rápidamente su memoria y dejar bien sentado que su predominio en este terreno ha sido y deberá seguir siendo incontrastable, más allá de cualquier acuerdo al que pueda llegarse en las mesas de diálogos. Porque sin el respaldo de “la calle” y el pueblo organizado tales acuerdos cupulares carecerán por completo de eficacia.

Y además habrá que hacer consciente a la base chavista y al pueblo en general que lo que está en juego es el futuro de la Revolución Bolivariana y las conquistas históricas de quince años, y que su efectiva defensa requiere inexorablemente la inmediata profundización del socialismo y el inmediato cumplimiento de las orientaciones establecidas por el Comandante Hugo Chávez Frías en el “Golpe de Timón” dado a conocer en la reunión del Consejo de Ministros del 20 de Octubre del 2012. Cualquier gobierno que surja como producto de esta contraofensiva imperial procederá de la misma manera que lo hizo el 11 de Abril del 2002 el gobierno de Pedro Carmona Estanga, cuando en su primer decreto derogó de un plumazo la Constitución de 1999 y todos los derechos establecidos en la misma, disolvió todos los poderes del estado, declaró ilegal el marco jurídico existente, removió todas las autoridades surgidas del voto popular en los niveles nacional, estatal y municipal y puso fin al convenio de cooperación con Cuba.

d) Por último, será preciso extremar todos los recursos para librar con la máxima eficacia el combate en el crucial terreno de los medios de comunicación de masas, que al decir del Pentágono es el ámbito primordial en el que hoy se libra la guerra que enfrenta la revolución con la contrarrevolución, y en el cual los gobiernos progresistas y de izquierda de la región siempre han demostrado peligrosas debilidades ante enemigos que desde hace mucho tiempo desplegaron una estrategia de dominación y manipulación mediática que ha tenido profundas repercusiones en el imaginario popular. Mentiras sistemáticamente propaladas terminan siendo percibidas como verdades indiscutibles, y ante esto es preciso responder en forma adecuada utilizando creativamente todos los medios tradicionales de comunicación (prensa, radio, televisión) pero también las grandes posibilidades que ofrecen las redes sociales.

Nota: [1] Un resumen de la misma:

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