Francia: :El relanzamiento de las operaciones militares francesas en África y la apatía humanitaria de la izquierda



Jean Batou

 5 de febrero de 2014, Viento Sur
  

Las recientes operaciones militares lanzadas por Francia en Libia (marzo de 2011), en Malí (enero de 2013) y en la República Centroafricana (diciembre de 2013), a las que hay que añadir la intervención decisiva de la fuerza Licorne para derrocar a Laurent Gbagbo en Costa de Marfil (abril de 2011), han contribuido a reanimar el debate sobre la estrategia actual del imperialismo francés en África. En efecto, ¿a qué se debe esta recuperación del activismo guerrero?

En Libia y en Costa de Marfil no era difícil adivinar segundas intenciones de tipo económico por parte del entonces presidente Nicolas Sarkozy, pero esto no resulta igual de claro en el caso de François Hollande en Malí y es muy discutible en el de la República Centroafricana. De ahí el llamamiento de ciertos observadores críticos «a evitar todo antiimperialismo sumario»/1, que a menudo consiste esencialmente en vilipendiar la avidez sin límites de los que viven de las rentas de la vieja “Franciáfrica”. En efecto, si ningún observador puede creerse los motivos humanitarios que invoca París, parece claro que el envío de tropas de choque con vistas a evitar el naufragio definitivo de “Estados fallidos” como la República Centroafricana obedece ante todo a la necesidad de mantener la seguridad dentro de su “predio”, condición necesaria para que Francia pueda conservar su credibilidad en una nueva “carrera por África”/2.

La cuestión de la presencia francesa al sur del Mediterráneo

Según un reciente informe del Senado francés, existe por un lado “la África dinámica (…), cortejada por los países emergentes, que puede ser para nosotros [léase: para las grandes empresas francesas] una formidable fuente de crecimiento”, y por otro“agujeros negros” como la República Centroafricana, en los que Francia, en asociación con EE UU, la Unión Europea (UE), el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la Unión Africana (UA) y sus organizaciones regionales afectadas, tendría la misión de llevar a cabo operaciones de policía a fin de evitar el contagio de focos de inestabilidad que puedan poner en peligro la dinámica económica prometedora del continente/3. Las esferas públicas y privadas que marcan hoy en día la política africana de Francia comparten a mi modo de ver la idea de un reparto de papeles, en un mercado cada vez más disputado, entre las grandes empresas y el Estado, que dispone de una presencia diversificada y una rica experiencia en el continente, especialmente en el terreno militar, sobre todo a raíz de su historia colonial y poscolonial.

En ocasiones, las decisiones en materia de seguridad que adopta el gobierno pueden interferir incluso en la estrategia económica de las empresas francesas. Por ejemplo, el semanario Charlie-Hebdo (4 y 11 de febrero de 2013) informó no hace mucho de una intervención del Elíseo ante Vivendi, apoyada por el rey Mohamed VI, para que no cediera la propiedad de Maroc Telecom a la empresa catarí Ooredoo, hasta entonces la mejor situada, de la que se sospecha que está relacionada con los fundamentalistas musulmanes del norte de Malí. Puesto que esta filial del grupo francés controlaba a los principales operadores del Sahel, al parecer tenía mucho interés para el servicio secreto militar con vistas a la operación Serval de intervención en Malí. Es probable que estas gestiones dieran sus frutos, ya que finalmente fue el grupo Etisalat, de los Emiratos Árabes Unidos, el que se llevó el gato al agua. Es de suponer que en el Ministerio de Exteriores se oyera un gran suspiro de alivio: las relaciones entre París y Dubai, según la página web de dicho ministerio, se caracterizan, en efecto, por “una fuerte convergencia de puntos de vista sobre las cuestiones regionales”, y ambos Estados “organizan consultas en el más alto nivel (…) muy regulares” sobre un telón de fondo de relaciones económicas boyantes.

En cambio, es sabido que la política de París con respecto a Congo-Brazzaville, Costa de Marfil, Gabón, Malí, Níger, la República Centroafricana, Senegal, Chad, etc., no se concibe sin los consejos interesados de los grupos empresariales AREVA, Bolloré, Bouygues, Total y algunos otros. Sería tedioso exponer aquí las relaciones triangulares incestuosas tejidas por el gobierno francés con cierto número de empresas y potentados del escenario francoafricano, denunciadas en particular por François-Xavier Verschave (La Françafrique, 1999; Noir silence, 2000) y la asociación Survie. A pesar de la desaparición de la Secretaría General para los asuntos africanos y malgaches de Jacques Foccart (1960-1974), a la que sucedió la “célula África” de Valéry Giscard d’Estaing, François Mitterrand y Jacques Chirac (1974-2007), los sucesivos consejeros de Nicolas Sarkozy y François Hollande han seguido alimentando esas redes muy particulares con la colaboración de personalidades dudosas. Así, se vio al diputado-alcalde de Levallois-Perret (de la UMP), Patrick Balkany, y al excónsul honorario de Francia en la República Democrática de Congo, Georges Forrest, el “rey de Katanga”, mediar en la compra por parte de AREVA, en junio de 2007, al precio de 1.800 millones de euros, de la mayoría de participaciones del yacimiento de uranio de Bakuma (República Centroafricana), a la empresa canadiense UraMin/4.

En busca de una nueva estrategia africana

Sin embargo, nada sería más engañoso que contemplar el imperialismo francés en África exclusivamente a través del prisma del “coto de caza poscolonial”, por mucho que todavía sea prematuro pronosticar la extinción de “Franciáfrica”/5. De octubre a diciembre de 2013, las autoridades francesas encargaron la elaboración de nada menos que tres voluminosos documentos sobre las perspectivas estratégicas de Francia en África: el informe del 29 de octubre de 2013, presentado en nombre de la Comisión de Asuntos Exteriores, Defensa y Fuerzas Armadas del Senado/6, sobre la presencia de Francia en una África codiciada (501 páginas); el documento informativo de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Asamblea Nacional del 6 de noviembre de 2013 sobre los países emergentes de la África anglófona (171 páginas); y el informe al ministro de Economía y Hacienda de diciembre de 2013, titulado Una cooperación para el futuro: 15 propuestas para una nueva dinámica económica entre África y Francia (166 páginas). El último de estos tres documentos revela claramente su tenor: “El Estado francés ha de centrar su política económica en el apoyo a las relaciones de negocios del sector privado y asumir plenamente la existencia de sus intereses en el continente africano”, subrayando al mismo tiempo que estos son actualmente más importantes, en particular para los principales grupos de empresas de vocación global, en los países anglófonos y lusófonos del continente/7.

La reflexión estratégica que interesa a la burguesía francesa está relacionada en primer lugar con la importancia futura de África para sus intereses fundamentales y, en segundo lugar, con la manera óptima de administrar su herencia poscolonial en una coyuntura en que este contienente aparece cada vez más como “nueva frontera” muy disputada de la globalización. En cuanto a la primera cuestión, asistimos a la toma de conciencia tardía del robusto crecimiento de las economías africanas desde finales de la década de 1990. Hasta ahora, el debate público ha estado monopolizado por el afropesimismo de un Stephen Smith, que pintó el descenso a los infiernos de un continente carcomido por la miseria, “las guerras de carniceros”, el tribalismo, la corrupción y la implosión de los Estados (Négrologie, Calmann-Lévy, 2003). Ya en 2008, un informe del banco Crédit Suisse llamaba la atención sobre las nuevas oportunidades de inversión en África/8. En 2009, Alwyn Young, profesor de la London School of Economics (LSE), publicó un artículo muy comentado en Francia: El milagro del crecimiento africano. Un año después, McKinsey & Co. presentó su informe provocador sobre los factores endógenos del crecimiento africano: La hora de los leones. Ese mismo año, Jean-Michel Severino, exfuncionario del Banco Mundial (BM) y de la Agencia Francesa para el Desarrollo (AFD) y actualmente directivo de un fondo de inversión en África, publicó El tiempo de África en colaboración con Olivier Ray. Hace 15 años, repite desde entonces, el PIB de este continente equivalía al de Bélgica; hoy en día ya iguala al de Francia y dentro de 20 años podría alcanzar al de China/9.

Sin discutir en este contexto la seriedad de estos pronósticos, me limitaré a recordar que desde hace por lo menos una decena de años, según la OCDE, el PIB de África subsahariana ha aumentado efectivamente con mayor rapidez que el del resto del mundo (+ 5,5 % anual), y que sus importaciones han dado un salto espectacular (+ 16 % anual). Las principales razones de este empuje son conocidas: en primer lugar, la mejora de la relación de intercambio (+ 38 % de 2000 a 2012), asociada al fortísimo aumento de la demanda de recursos energéticos y de materias primas de los países emergentes (la mitad de las exportaciones de África están destinadas actualmente a los países emergentes o en vías de desarrollo, cuando en 1990 representaban menos de un cuarto). También según la OCDE, en 2011 el 80 % de las exportaciones de este continente, que alberga un tercio de los recursos minerales del planeta/10, consistían en productos no transformados o semitransformados (frente al 60 % de Brasil, al 40 % de India y al 14 % de China). La demanda mundial de tierras cultivables y recursos hidroeléctricos también experimenta un crecimiento constante/11: consideradas en gran medida “inexplotadas”, las del continente africano están siendo acaparadas por inversores extranjeros a expensas de sus ocupantes actuales, condenados a la pobreza y el desarraigo.

Finalmente, a pesar de sus vastas zonas damnificadas, pobladas por 200 millones de habitantes, que sucumben bajo el doble azote de una violencia mortífera y una miseria absoluta, el consumo global de productos de África experimenta un crecimiento regular significativo, asociado en particular al aumento del empleo (10 millones de puestos de trabajo más cada año) y de las remesas de los emigrantes (60.000 millones de USD al año). A pesar de la explosión de las desigualdades, la continuidad de esta expansión favorece por tanto la formación de un sector cada vez más importante de microconsumidores, que según algunos estudios ya es más fuerte que el de India y que podría brindar ocasiones solventes y prometedoras a los inversores y proveedores extranjeros, en particular de los países emergentes, que están mejor preparados para responder a este tipo de demanda: de 2008 a 2012, la proporción de las inversiones destinadas a la creación de nuevas capacidades (greenfield investment) en los sectores de bienes y servicios asociados al consumo pasó del 7 al 23 %/12; en el mismo periodo, el número de abonados a la telefonía móvil se ha duplicado con creces, alcanzando actualmente de 500 a 620 millones de usuarios, según las estimaciones/13. De ahí a hablar de surgimiento impetuoso de una “clase media” hace falta mucha imaginación, pero es precisamente de esto de lo que menos carecen los ideólogos actuales del afrooptimismo.

Sacar más provecho de la herencia colonial 

En un contexto de competencia exacerbada en que la contribución del imperialismo francés a las exportaciones y a la oferta de crédito con destino al continente ha disminuido más del 50 % en diez años/14, mientras que su demanda creciente de hidrocarburos absorbía su excedente comercial tradicional, el repliegue sobre las rentas altas del “predio” en la zona del franco CFA es una causa perdida. Sirva de muestra el rápido retroceso de sus intereses en los países más dinámicos de la subregión (Camerún, Costa de Marfil, etc.), que no resisten una exposición duradera a la competencia de los países emergentes, en particular de China, aunque también de EE UU, Alemania, el Reino Unido e incluso de Japón. Así, en julio de 2012, Pinault-Printemps-Redoute cedió la CFAO (distribución de automóviles y productos farmacéuticos) a Toyota (que se ha lanzado al negocio de la distribución con Carrefour). Sin embargo, el volumen de la inversión francesa en África, que asciende a 39.000 millones de USD, todavía le confiere (¿por cuánto tiempo?) el liderazgo en el continente/15.

Vistos los lazos incestuosos que mantiene una parte del personal político de la derecha francesa con los agentes económicos tradicionales y los potentados de Franciáfrica, no es sorprendente que el relanzamiento del debate estratégico haya sido suscitado principalmente por los líderes de opinión surgidos de la “izquierda” y de los círculos económicos. De este modo, las propuestas que emanan de la reflexión en curso provienen en gran medida de responsables políticos de origen mitterrandista, chevènementista, incluso comunista (Robert Hue), adscritos ahora al socioliberalismo o al centro-derecha, y que a menudo se reclaman abiertamente del blairismo, como Jean-Marie Bockel. Se recordará que en 2007 este último tuvo que abandonar el Partido Socialista al haber aceptado el puesto de secretario de Estado para la Cooperación y la Francofonía en el gobierno de Fillon, puesto del que tuvo que dimitir al año siguiente bajo la presión de los presidentes de Congo y Gabón, por haber exhortado a Nicolas Sarkozy… a romper con Franciáfrica.

En realidad, pese a la retórica de rigor, el arraigo de Francia en África central y occidental no se opone a sus designios continentales. Al contrario, su historia en la subregión –al igual que en el Magreb– podría constituir un trampolín para las ambiciones africanas más amplias de sus grandes empresas, a condición de que no se traduzca en la cristalización de “rentas anticompetitivas” en beneficio de pymes menos productivas o incluso de redes semimafiosas. Para ello, el imperialismo francés tiene que seguir defendiendo sus posiciones en el Magreb y en Costa de Marfil, Senegal, Gabón, Camerún, Congo-Brazzaville, etc., amenazadas por competidores cada vez más agresivos. El hecho de que una parte importante de las actividades de sus grandes grupos de empresas sigan prosperando en esta zona es una baza significativa/16. Al mismo tiempo, ha de tratar de apoyarse en este potencial para penetrar en otros países francófonos en los que todavía tiene una presencia exigua, como la República Democrática de Congo, y también para apostar por los “corredores económicos” regionales con el fin de acercarse al África anglófona y lusófona, donde sufre un retraso importante, por mucho que las multinacionales francesas desplieguen allí una actividad intensa/17. Desde este punto de vista, el abandono del mercado sudafricano por el banco Crédit Agricole fue una pésima noticia.

Más de la mitad de sus inversiones en África subsahariana se centran ya en Sudáfrica y Nigeria, que sin embargo solo absorben aproximadamente un cuarto de sus exportaciones/18. En otras palabras, habría que explotar los excedentes semicoloniales todavía disponibles con una perspectiva de conquista, pues permiten un “coeficiente de retorno muy superior para los negocios franceses”/19, en vez de derrocharlos en una gestión a trompicones de intereses que no tienen futuro. Dicho esto, ninguno de los adeptos del despliegue de los intereses franceses a escala del cotinente se atrevería a exigir a Areva que renuncie a sus contratos leoninos que mantiene en Níger o en la República Centroafricana por considerarlos inconcebibles en un mercado abierto/20. Así, los informes oficiales publicados en 2013, que ya he citado repetidamente, abundan en llamamientos a favor de una estrategia imperialista más coherente, pero también conquistadora, que sepa sacar provecho plenamente de las bazas económicas, demográficas, políticas, culturales, militares, etc., de que todavía dispone Francia en el continente africano para responder a nuevos retos.

Hacia la “reconquista económica del continente”

“Los países que invierten hoy en África se apoyan en una estrategia de poder sostenida por los Estados”, señalan los autores del informe Védrine al comienzo de un capítulo titulado Reutilizar todas las palancas de influencia de la presencia francesa en el continente. Más adelante precisan que tales esfuerzos deben tender a “captar beneficios de la renta petrolera, minera, inmobiliaria, de los bienes raíces o de las concesiones de servicio público”/21. Para resumir, los principales informes oficiales aparecidos en 2013 coinciden en los siguientes puntos:

1. Defender y aprovechar mejor las posiciones económicas de que todavía dispone Francia en Franciáfrica: un porcentaje elevado de las importaciones globales, un volumen importante de inversiones extranjeras directas (IED), rendimientos de inversiones ventajosas, etc.

2. Aprovechar la presencia francesa en el Magreb para facilitar la penetración en los mercados subsaharianos. Por ejemplo, un ambicioso acuerdo de cooperación franco-marroquí pretende desarrollar a corto plazo una institución de enseñanza superior francesa en Marruecos, abierta a los estudiantes de África subsahariana en los ámbitos considerados prioritarios (administración de empresas, ingeniería, arquitectura, salud).

3. Ampliar la zona del franco CFA/22 (moneda utilizada en 14 países por 135 millones de habitantes) a otros países vecinos. Recordemos que esta moneda contribuye a dar garantías a los inversores privando a los países africanos de su soberanía monetaria y presupuestaria. Francia promueve también desde hace 20 años, a partir de esta plataforma, la Organización para la Armonización en África del Derecho Mercantil (OHADA), que agrupa a 17 Estados, además de un mercado integrado de los seguros, con el fin de impedir que cualquier Estado miembro pueda modificar su legislación de forma independiente/23.

4. Optimizar la acción de los agentes públicos y privados de la “ayuda al desarrollo” para favorecer la financiación de las inversiones francesas, así como para intervenir en la preparación de los concursos públicos (cooperación técnica, etc.).

5. Promover la francofonía mediante el desarrollo de la enseñanza del francés en África y el reclutamiento de jóvenes africanos en las escuelas de élite francesas: con 50.500 estudiantes subsaharianos, que proceden principalmente de Senegal, Camerún, Gabón, Guinea, Costa de Marfil y Madagascar, las universidades galas están a la cabeza de las de toda la OCDE. Asimismo se considera una prioridad la formación de profesores para las escuelas africanas. Además, la difusión de la cultura francesa y la presencia de sus medios de comunicación, en particular audiovisuales (RFI, TV5Monde Afrique, Canal+, AITV/RFO), son “vectores de ‘preventa’ de las marcas francesas”/24. Las numerosas colaboraciones entre colectividades locales francesas y africanas desempeñan asimismo un papel significativo en este sentido, particularmente en Malí.

6. Captar las remesas de los emigrantes africanos que trabajan en Francia/25 (4.800 millones de euros), de los que cada vez más adquieren la nacionalidad francesa, por bancos de este país implantados en África, que podrían aprovechar esos fondos para cubrir créditos comerciales en el continente.

7. Potenciar el papel que pueden desempeñar los franceses en el extranjero, de los que 235.000 residen en África, la mitad de ellos en la parte subsahariana. En efecto, la mitad de este contingente ya no son expatriados, sino “mestizos binacionales”, lo que tal vez les permita desempeñar una función de enlace más significativa.

8. Intensificar los contactos con las élites africanas, inclusive en el seno de la sociedad civil/26: facilitar la concesión de visados para los hombres de negocios, agentes culturales, etc., con el riesgo de favorecer todavía más la fuga de cerebros; multiplicar las redes de intercambio (hermanación de municipios, cooperación voluntaria reorientada a la economía, redes de exestudiantes y futuros líderes, foro franco-africano de negocios, etc.).

9. Asegurar la “contribución militar a la seguridad del continente” a partir de las bases de apoyo existentes en la franja saharo-saheliana y en las dos fachadas oceánicas del continente.

En opinión de los autores del informe Védrine, “Francia ha tardado en tomar conciencia de que carece de una visión estratégica integral de sus intereses en África subsahariana, y aunque existen numerosos planteamientos sectoriales, estos están dispersos e inacabados (visión estratégica del Libro Blanco sobre la defensa y la seguridad nacional, ‘diplomacia de las materias primas’, estrategia del comercio exterior, prioridades de la Agencia Francesa de Desarrollo, gestiones de la francofonía… Es preciso profundizar de forma rápida, operativa y holística las iniciativas lanzadas recientemente para redefinir la acción económica de Francia en África”. Francia “navega sin instrumentos” cuando debería guiarse por una “estrategia nacional de reconquista económica del continente”/27. En este sentido, reclaman una intensificación de la elaboración y de la reflexión, así como una dedicación más sostenida de los institutos de estudios académicos y empresariales: grupo de vigilancia de África del Institut Montaigne, CAPAfrique, departamentos africanos de los bancos Lazard, Rothschild, etc. Este esfuerzo intelectual, basado en la recopilación sistemática de información, el análisis y el debate estratégico, etc., debería recibir un fuerte estímulo mediante la creación de una Fundación franco-africana que aúne los esfuerzos de los sectores público y privado.

Función del factor militar

Dado que mi contribución pretende comprender mejor el significado del reciente despliegue de fuerzas francesas en Costa de Marfil, Libia, Malí y la República Centroafricana, me centraré sobre todo en la vertiente militar –que no es de las menores– de la estrategia imperialista de Francia en África. Recordemos antes que nada que París dispone de los siguientes medios: más de 5.000 hombres en el continente (el efectivo de las fuerzas especiales no se conoce); una presencia permanente en Costa de Marfil, Chad, Senegal, Gabón, Yibuti y en la isla Reunión; asociaciones de defensa con ocho países (Camerún, República Centroafricana, Comores, Costa de Marfil, Yibuti, Gabón, Senegal y Togo); acuerdos para la formación de oficiales africanos; una red significativa de agregados, consejeros y cooperantes militares. “La intervención militar de Francia en Malí,”revela el informe Védrine,“(…) ha recordado que Francia sigue siendo una verdadera potencia en África (…)”. Los ponentes del Senado señalan más sobriamente que “el ejemplo de Malí o de la República Centroafricana hace pensar que aunque Francia ya no tenga la solución, la perciben como un recurso”/28. Lo que no dicen es que el ejército siempre ha gozado de una amplia autonomía de decisión en África, en conexión con la Presidencia de la República, que por naturaleza está al resguardo de todo debate democrático.

A su vez, el último Libro blanco sobre la defensa (abril de 2013) considera que Francia deberá continuar interviniendo de manera autónoma, tal vez incluso más a menudo que en el pasado, y la Ley de Programación Militar (2014-2019) privilegia para ello las operaciones exteriores (Opex) y las fuerzas especiales sobre los elementos ya acantonados/29. Esto no debería tranquilizar a quienes esperan de París que lleve a cabo misiones de paz en sus excolonias. En lo que respecta a las Opex, me limitaré a recordar los disparos de la Force Licorne, el 9 de noviembre de 2004 en Abiyán, contra una muchedumbre desarmada, causando la muerte a una sesentena de personas e hiriendo a más de un millar/30. Por su parte, el mando de las fuerzas especiales (COS) acarrea una pesada herencia: creado en 1992, al término de la primera guerra del Golfo, pretendía reunir, bajo la autoridad discrecional del presidente de la República y del jefe del Estado Mayor de los Ejércitos (CEMA), a los elementos de élite surgidos de las tropas coloniales/31 (infantería de marina, legión, Dirección General de Seguridad Exterior). La primera misión de su comandante actual, Grégoire de Saint-Quentin/32, consistió en entrenar a un batallón ruandés de comandos paracaidistas que después desempeñaría un papel clave en el genocidio de los tutsis en 1994; ascendido posteriormente a teniente coronel de Estado Mayor, este oficial será nombrado jefe del 1er Regimiento de Paracaidistas de la Infantería de Marina en 2006, general de brigada en Senegal en 2011 y más tarde commandante en jefe de la operación Serval en Malí en 2013, antes de sustituir, hace unos meses, al general Gomart a la cabeza del COS, en la perspectiva del refuerzo inminente del mismo.

Dicho esto, sería un error pensar que las últimas intervenciones francesas en África no hacen más que repetir el mismo guion consabido de la cincuentena de operaciones anteriores, aparentemente del mismo tipo, que se sucedieron desde la década de 1960. Al contrario, hay que tomarse en serio las pretensiones del Ministerio de Asuntos Exteriores francés de situar las más recientes en el marco de un mandato de Naciones Unidas, apoyado por sus aliados europeos y EE UU. En primer lugar porque París es consciente de que “la estabilización de la situación en el Sahel o en la República Centroafricana, al igual que en Kivu, depende ante todo de los Estados de la región”/33, que esta tarea supera las posibilidades de Francia y que ésta no es la única que tiene en su mano las soluciones políticas; y también porque el refuerzo de la colaboración francesa con la Unión Africana y las organizaciones regionales interesadas se inscribe en la perspectiva planteada por las potencias occidentales de reforzar las instituciones nacionales, regionales y continentales de África, particularmente en el plano militar (operaciones de mantenimiento de la paz, fuerza africana de intervención y brigadas regionales asociadas, capacidad africana de respuesta inmediata a las crisis/34, etc.), por mucho que la financiación de sus medios operativos siga corriendo a cargo, en gran medida, de la ONU, la UE y EE UU. El apoyo del Consejo de Seguridad, y sobre todo el mandato de la UA y la presencia sobre el terreno de fuerzas africanas (MINUSMA y MISCA), que deberán tomar el relevo en un futuro próximo, fueron elementos políticamente indispensables para las operaciones Serval o Sangaris, porque permitían “mostrar a las opiniones públicas de África y Francia el sentido africano de la presencia militar francesa en el continente/35.

París hace efectivamente todo lo posible por evitar resucitar la imagen de una Francia “gendarme de África”, en particular en un contexto en que los países emergentes pueden sacar partido de su pasado no colonial/36. De acuerdo con los ponentes del Senado, era sin duda ese riesgo el que todavía retuvo a Francia “de intervenir unilateralmente en la República Centroafricana” en octubre del año pasado; en efecto, “las cuestiones del legado colonial, del antimperialismo y de la soberanía alienada” resurgen actualmente con fuerza “en las relaciones con África, especialmente con Sudáfrica”/37. Los nuevos estrategas del imperialismo francés miran de reojo, con gula, las cuotas de mercado ganadas por las empresas alemanas en el país de Nelson Mandela poniendo en juego los lazos históricos de la Fundación Ebert (adscrita al Partido Socialdmócrata de Alemania) con los círculos próximos al ANC/38. ¿Tal vez Robert Hue, exsecretario general del Partido Comunista Francés, recientemente decantado por el centro-izquierda, estará llamado a desempeñar un papel análogo en Francia, como presidente del Grupo de Amistad Interparlementaria con Sudáfrica? ¿Acaso no es este el propósito de su participación activa en la redacción del voluminoso informe al Senado de octubre de 2013 “para relanzar las relaciones de Francia con los países africanos sobre la base de los intereses comunes en una asociación renovada”? Dicho esto, hasta ahora tal esfuerzo no ha dado aún los frutos esperados, ya que Jacob Zuma ha declinado la invitación a la cumbre franco-africana de los días 6 y 7 de diciembre pasados en el Elíseo para distanciarse del intervencionismo francés en África/39.

Asimismo, con ánimo de hacer bloque con las potencias occidentales frente a los países emergentes, dentro de un marco que de todos modos no evoca demasiado directamente su pasado colonial, Francia aprecia las asociaciones militares con sus aliados tradicionales, por mucho que estos no se apresuren a aceptarlas. Y sin duda no es el último lapsus de Bernard Kouchner el que les hará cambiar de opinión: interrogado el pasado 2 de enero sobre la ausencia de los británicos al lado de Francia en la República Centroafricana, declaró a la cadena de televisión BFMTV: “Lo que habría estado bien es que vinieran con nosotros a Franciáfrica” (sic). Justamente es ahí donde duele: sin más precauciones, el informe Védrine lamenta en efecto la falta de capacidad de la diplomacia francesa de “conseguir contratos a cambio de sus inversiones militares”/40.

Apatía humanitaria de la izquierda

Recordemos que en 1952, en opinión de Alfred Sauvy, quien acababa de acuñar el neologismo, el “tercer mundo” era sin lugar a dudas el “tercer estado” del mundo, que amenazaba con una revolución violenta el orden productivista sobre el que se asentaba tanto “la nobleza capitalista”como “el clero comunista”, “cada uno en su rincón”. El antimperialismo, matriz internacional de la izquierda radical de los “años de Vietnam”, había radicalizado todavía más esta percepción, pues los combatientes del tercer mundo encarnaban entonces los nutridos batallones de los “parias de la Tierra”, ahora puestos en pie, en Asia y América Latina, pasando por África, frente al imperialismo de EE UU y sus aliados. Desde finales de la décfada de 1970, sin embargo, las luchas del tercer mundo comenzaron a perder su capacidad de seducción a los ojos de una parte creciente de la izquierda occidental, mientras llegaban las primeras revelaciones creíbles sobre la magnitud del genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos en Camboya y la revolución popular iraní caía bajo la férula de los mulás. Evidentemente, los militantes adscritos a las corrientes políticas menos críticas con las direcciones de los movimientos de liberación del tercer mundo fueron los primeros en sentirse desconcertados.

Para ellos, los pueblos del “Sur” ya no tenían nada que decir que fuera inteligible, razón por la cual los considerarán cada vez más “víctimas impotentes y silenciosas” de catástrofes naturales, de guerras o de fanatismos descontextualizados. Y al dejar de confiar en ellos para defender sus derechos y proponer soluciones colectivas a sus problemas, no había otra cosa que hacer que “ayudarles” en casos de urgencia. La sociedad del espectáculo se encargará del resto: “la gravedad de la crisis centra la atención en los efectos inmediatos de ésta, impidiendo todo análisis de los procesos que la han causado”; y la emoción que suscita la visión del sufrimiento orienta la acción: serán los “comandos de cuellos blancos” los que seguirán a los paracaidistas para garantizar la seguridad en las zonas de intervención/41. En 1979, Bernard Henri-Lévy, cuya enorme fortuna tiene su origen en la explotación de los bosques tropicales africanos/42, funda junto con otros la Acción Contra el Hambre; en 1983, Pascal Bruckner publica El sollozo del hombre blanco, libro en el que pone a caldo la mala conciencia tercermundista de Occidente, mientras que André Glucksmann, Bernard Kouchner e Yves Montand defienden públicamente el endurecimiento de la intervención francesa en Chad, decidido en agosto de aquel año por François Mitterrand. Este cambio de chaqueta ha quedado muy bien retratado por Guy Hocquenghem en su Carta abierta a quienes han pasado del cuello Mao al Rotary (Albin Michel, 1986; reed., Agone 2003).

Treinta años después, el artista irlandés Bob Geldof, que había movilizado a sus colegas contra la hambruna de 1984 en Etiopia, inspirando el éxito We Are the World, gestiona un fondo de inversión en África/43. A fuerza de repetirlo, el proceso está perfectamente engrasado y mientras un segundo presidente socialista envía también tropas a África –primero a Malí, “contra el yihadismo”, y después a la República Centroafricana, “a fin de prevenir una situación de pregenocidio”–, se manifiestan pocas voces en el seno de la izquierda francesa que denuncien a su propio imperialismo, exijan el desmantalamiento de sus bases militares y la salida inmediata de sus tropas de África. Para comprobarlo basta leer atentamente los comunicados relativos a la operación Sangaris. En este concierto de voces forzadas, el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) es el único que exige sin rodeos la retirada de las tropas francesas de África/44, reivindicación a la que por lo menos habría que añadir el desmantelamiento de las bases militares y la denuncia de los acuerdos leoninos suscritos con las dictaduras del predio franciafricano.

El secretario nacional del Partido de Izquierda, François Delapierre, no se anda por las ramas/45: por un lado, no critica la intervención militar en la República Centroafricana, “porque se inscribe plenamente en el marco del derecho internacional”, y porque “la situación humanitaria desastrosa en la República Centroafricana reclama asimismo una intervención”; por otro, defiende el abandono del modelo neoliberal, que según él permitiría el resurgimiento de la agricultura de este país, y de la energía nuclear, que permitiría a Francia olvidarse de los yacimientos de uranio de sus antiguas colonias (¿por qué no condicionar también la restitución de los yacimientos de petróleo controlados por Total al abandono del motor de explosión?). Un razonamiento falaz, pues los agicultores de la República Centroafricana apenas practican una agricultura de subsistencia, que no guarda ninguna relación directa con el mercado mundial, y la explotación de la mina de Bakuma está suspendida. ¿Para qué pueden servir estas contorsiones si no es para dar cobertura a una operación militar neocolonial sin que se note? En cuanto al PCF, es cierto que su resolución del 10 de diciembre pasado formula una serie de críticas a la actitud de París, pero no condena explícitamente en envío de tropas, cosa que sus diputados tampoco harán en el Parlamento.

En el seno del Frente de Izquierda, la Izquierda Anticapitalista ha defendido una posición propagandística más articulada/46. Después de rechazar la intervención militar en la República Centroafricana y de exigir “el fin de la relación de dominación de Francia sobre sus excolonias” –un objetivo que valdría la pena especificar un poco más–, añade: “Para hacer frente a la catástrofe humanitaria que se avecina, para proteger a la población de los abusos y las masacres, es preciso enviar una fuerza de paz y de interposición internacional, mandatada por las Naciones Unidas y la Unión Africana, pero que no incluya a la antigua potencia colonial”. Con ello, ¿acaso no subestima los límites de cualquier mandato de la ONU, decidido de facto por su Consejo de Seguridad/47? Además, ¿cree que una intervención conjunta de la Unión Africana (UA) impedirá toda veleidad neocolonial? No lo parece, en la medida en que la UA obtiene nueve décimas partes de su presupuesto de las grandes potencias y delega las operaciones que aprueba en dictadores de la subregión afectada con la garantía de la financiación occidental… Encima, en el caso concreto que nos ocupa, el principal Estado de la UA, Sudáfrica, tal vez a cambio de compensaciones mineras, ayudaba unilateralemente a François Bozizé desde hacía varios años, entrenando a su guardia pretoriana –una de las fuerzas más temidas por los centroafricanos– a cargo de una treintena de instructores/48. ¿Qué efecto real tendrá finalmente la exclusión de la “antigua potencia colonial” de dicho dispositivo? Porque si hubiera que confiar la responsabilidad de esta “fuerza de paz” a otro mentor, este sería inevitablemente EE UU o el Reino Unido, que no parecen estar por la labor y que también tienen importantes intereses en la región.

Riesgos de la “nueva carrera por África”

¿Qué hay que hacer, entonces? En primer lugar, ser conscientes de que la posición de la izquierda radical francesa u occidental solo puede ser propagandística, y que por desgracia no servirá para salvar vidas humanas en la crisis actual. En segundo lugar, comprender que estamos totalmente “desarmados” en la medida en que somos herederos de un movimiento obrero europeo que ha capitulado en gran medida ante la transformación de la cuenca del Congo en un gigantesco campo de trabajo, y esto durante tres cuartos de siglo de colonización, que prolongará en buena parte la dominación neocolonial por varios decenios. La operación Sangaris debería incitar a releer el testimonio de Albert Londres sobre la construcción del Ferrocarril Congo-Océano (1921-1934) –a cargo de la empresa constructora de Batignolles, del radical-socialista Jean-Victor Augagneur, para la que “el negro sustituía a la máquina, al camión, a la grúa; ¿por qué no al explosivo también?”–, que costó unos 20.000 muertos/49. Y sobre todo debería inducirnos a rendir homenaje al levantamiento campesino generalizado de 1928-1932 contra los impuestos y el trabajo forzado, que comenzó en el oeste centroafricano y cuya represión colonial causó de nuevo miles de víctimas/50.

Recordar esta historia es esencial en un momento en que nos hallamos ante una segunda “carrera por África” (scramble for Africa) (después de la de finales del siglo XIX). En efecto, a pesar de los discursos eufóricos de los inversores sobre el advenimiento de un siglo africano, el impacto social y medioambiental de esta carrera en busca de los tesoros podría provocar nuevas catástrofes de proporciones inusitadas. Dentro de los límites de esta contribución, me limitaré a delinear sus principales contornos:

1. Un crecimiento dependiente, totalmente subordinado a las inversiones extranjeras y a la evolución de las cotizaciones mundiales/51, basada en la exportación de materias primas y recursos energéticos, así como en la venta a saldo de tierras cultivables y del podencial hidroeléctrico del continente. Si África sigue en gran medida expuesta a la volatilidad de los precios de los productos brutos, es poco probable que la tendencia a la mejora de los términos de intercambio se invierta bruscamente, como en las décadas de 1980 y 1990, teniendo en cuenta la creciente escasez de recursos energéticos y minerales a escala mundial y la dimensión de yacimientos todavía no explotados, o ni siquiera registrados, del continente africano. Al mismo tiempo, este modelo “extractivista” brutal, cuyos beneficios se reparten de forma muy desigual, provoca asimismo un incremento exponencial de la contaminación del aire, los suelos y las aguas, con sus desastrosos efectos sanitarios.

2. Una acumulación predadora, no solo en beneficio de las burguesías imperialistas, sino también de sus homólogos africanos, a los que estas oportunidades de enriquecerse llevan a disputarse por todos los medios el reparto de esta renta creciente. Jean Nanga subraya que algunas de estas fracciones no dudan en recurrir a una violencia predadora, movilizando para ello las rivalidades nacionales, regionales, étnicas o religiosas, para lograr sus fines/52. Ahí está el motor de los conflictos internos de Costa de Marfil o Mozambique, como también el de varios focos de guerra transnacionales de África central, autoalimentados por la explotación fraudulenta de recursos naturales, de común acuerdo con poderosos intereses internacionales. Esto se puede hacer a pequeña escala en la República Centroafricana, mediante el contrabando de diamantes, de oro y de marfil/53, aunque también a gran escala, en la República Democrática de Congo, donde diferentes fuerzas militares, asociadas en particular a las camarillas capitalistas de los países vecinos (Uganda, Ruanda, Burundi, etc.), amasan fortunas vendiendo coltán a las grandes multinacionales del sector de las tecnologías de la información y de las comunicaciones.

3. Una acentuación brutal del desarrollo desigual, que sume a 17 países (Grandes Lagos, norte de Nigeria, República Democrática de Congo, Sahel, etc.) en un estado avanzado de descomposición social y política. En estas regiones, pobladas por 200 millones de habitantes, el 80 % de las personas se esfuerzan por sobrevivir mediante una agricultura de subsistencia, y el 50 % han de contentarse con menos de 1,25 dólares de ingresos al día. Al mismo tiempo, a escala del continente, sigue aumentando el número absoluto de pobres (unos 400 millones de africanos viven con menos de 1,25 dólares al día) y con él la malnutrición, la morbilidad y la mortalidad. Por cierto que países que experimentan un fuerte crecimiento, como Angola o Nigeria, se distinguen particularmente en este aspecto: así, los índices de desarrollo humano ajustado a las desigualdades (IDHI) se apartan más que en cualquier otro lugar de los IDH globales, y los “objetivos de desarrollo del milenio” no se alcanzarán ni de lejos.

4. Una demografía galopante –dentro de 25 años, Chad, Malí, Níger y Burkina Faso habrán pasado seguramente de tener 57 a 160 millones de habitantes–, que ejerce una presión creciente sobre las tierras cultivables y suscita mayores tensiones entre agricultores y ganaderos. Este enfrentamiento puede adoptar la apariencia de un “conflicto étnico”, como el que opone los pastores seminómadas gabras a los agricultores boranas del norte de Kenia. Asimismo, la urbanización galopante suscita problemas agudos de vivienda e higiene: más del 60 % de los moradores urbanos viven en chabolas, el 80 % carecen de acceso a agua potable y el 90 % no están conectados al alcantarillado. Según el Banco Africano de Desarrollo (BAD), la capacidad de inversión de las colectividades públicas es diez veces inferior al mínimo indispensable para responder a las necesidades básicas de los 760 millones de habitantes urbanos que se prevén en el horizonte de 2030.

5. Un aumento masivo del subempleo, particularmente entre los jóvenes. En los próximos 15 años “accederán al mercado de trabajo 330 millones de jóvenes africanos (…). Es el equivalente a la población actual de EE UU”/54. El conjunto de la población activa sobrepasará de este modo los mil millones en 2040. Al mismo tiempo, el empleo formal sigue siendo muy minoritario, en particular entre los jóvenes, de los que un 60 % están en el paro y cerca de tres cuartos viven con menos de dos dólares al día. En estas condiciones, la demografía africana puede convertirse en una pesadilla, con masas de jóvenes analfabetos, hacinados en arrabales insalubles, captados por los fundamentalismos religiosos (musulmán o pentecostal) y/o enrolados en los distintos movimientos armados de los países en crisis (niños soldado, etc.).

6. Una mayor presión migratoria, en gran parte intraafricana que, teniendo en cuenta la escasez de recursos disponibles, tiene muchas posibilidades de provocar estallidos de violencia frente a los “extranjeros”, como ya sucedió, por ejemplo, en 2008 en Costa de Marfil y en Sudáfrica, y estos últimos meses también en la República Centroafricana. Probablemente también se traduzca en un aumento de los flujos migratorios hacia Europa, EE UU, los países del Golfo, etc., así como en tragedias humanas asociadas a la inmigración clandestina (trata de personas, naufragios, campos de detención, violencias racistas, sobreexplotación, prostitución, etc.).

7. Una incidencia particularmente dramática del calentamiento global. La constante disminución y la irregularidad de las lluvias no pueden acarrear otro cosa que una reducción de las superficies cultivables (–35 % con un aumento de 4 °C) y de los rendimientos agrícolas (–26 % en las regiones del Sahel de aquí a 2060); el impacto de estos fenómenos ya está provocando una agravación de la malnutrición en Níger. Según el Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC), otros 600 millones de personas podrían verse expuestas al hambre de aquí a 2080, en gran parte en el África subsahariana. Además, 250 millones de africanos viven en costas amenazadas por la elevación del nivel de los océanos (entre Abiyán y Lagos, 25 millones de personas viven en tierras situadas por debajo del nivel del mar, protegidas por dunas cada vez más amenazadas). También según el GIEC, en el horizonte de 2050 la mayoría de los 50 a 1.000 millones de refugiados climáticos serán seguramente africanos. Finalmente, las presas del continente presentarán probablemente importantes excesos de capacidad, como ya ocurre en Kenia.

8. Una penuria de agua asociada al calentamiento del planeta, a la desertización, a la sobreexplotación de los recursos disponibles (irrigación), a la deforestación y a una gran fragilidad de las capas freáticas. Así, si África ocupa el 22 % de las tierras no sumergidas, solo dispone del 9 % de las reservas de agua renovables. En el horizonte de 2020, siempre según el GIEC, de 75 a 250 millones de africanos sufrirán un mayor estrés hídrico. Si nos fijamos en la región del Sahel, especialmente amenazada, la superficie del lago Chad ya ha menguado un 90 % desde 1960. En estas condiciones, el reparto del agua pasará a ser un problema político candente/55.

9. Una deforestación acelerada –cuatro millones de hectáreas entre 2000 y 2010, es decir, cerca de un tercio de los bosques desaparecidos a escala mundial según la FAO–, que a su vez reduce la pluviosidad, potencia las arroyadas y la erosión del suelo, favorece las inundaciones y los corrimientos de tierras, perturba el ciclo del agua (las raíces de los árboles facilitan la infiltración y el almacenamiento del aguas en el subsuelo), agrava la contaminación de los ríos (reducción del filtrado y de la fijación de los productos tóxicos), reduce la biodiversidad (destrucción de numerosos ecosistemas, disminución del nivel de humedad en el ambiente) y acelera el calentamiento del planeta (contribución del 20 % al aumento de las emisiones de gas de efecto invernadero).

10. Una merma drástica de los recursos pesqueros, en un contexto en que la pesca artesanal se enfrenta a una competencia cada vez más brutal por parte de las grandes naciones industriales. En efecto, los Estados africanos carecen cruelmente de medios políticos y técnicos (aviones, barcos, etc.) para oponerse a la explotación ilegal de sus aguas territoriales. Para colmo, Europa vierte cada vez más residuos tóxicos a lo largo de las costas africanas. Por cierto que son fenómenos como estos los que explican en gran parte el auge de la piratería, en particular en las aguas litorales de Somalia, así como el apoyo que le prestan las poblaciones costeras. A su vez, esta amenaza justifica el mayor control militar de estas rutas marítimas por los occidentales.

¿Nuevo potencial de resistencia?

¿Se enfrenta África a esta nueva ofensiva imperialista con los pies y las manos atadas? Esta es a menudo la conclusión que se deriva de una visión despreciativa del continente. Hay quien sostiene hoy que las sociedades africanas han sido explotadas hasta tal punto que se han quebrado los resortes internos de su resistencia y que ya no disponen de la capacidad necesaria para defenderse, una postura que es exactamente la imagen invertida del tercermundismo de las décadas de 1960 y 1970, que esperaba de las luchas asimétricas de los pueblos del Sur la redención del socialismo occidental. La realidad es sin duda más compleja, y ello por las tres razones siguientes:

1) El crecimiento sostenido del continente, aunque esté en gran medida polarizado y sea muy desigual desde el triple punto de vista regional, social y rural-urbano, suscita un importante auge de las relaciones mercantiles y de trabajo asalariado y por tanto de la polarización de clase. Tanto si se deben al agotamiento de las oportunidades rentables como a un mínimo de prudencia de los de arriba o a la sorda resistencia de los de abajo, se observa, sin embargo, una reducción del ritmo de privatizaciones/56, ciertos aumentos salariales –especialmente en la función pública/57–, el mantenimiento de las subvenciones, aunque residuales, a los productos básicos, así como una nueva dinámica de endeudamiento, sobre todo con China/58, etc. Ciertos observadores consideran hoy que los Programas de Ajuste Estructural han ido demasiado lejos en el desmantelamiento de los puestos de trabajo de carácter social. En todos los casos, el informe Védrine constata un “aumento de la protesta pública”, si bien prefiere verla como un signo de progreso de una “cultura democráctica”/59.

La Federación Nacional de Metalúrgicos de Sudáfrica (NUMSA), que no deja de crecer y afirma que tiene hoy 340.000 miembros (en un país de 50 millones de habitantes), acaba de celebrar un congreso extraordinario para llamar a la Confederación de Sindicatos (COSATU) a romper con el Congreso Nacional Africano (ANC), el partido del gobierno, a denunciar su política neoliberal y la corrupción de sus dirigentes, así como a impulsar la formación de un nuevo partido obrero de clase que luche por la abolición del capitalismo. Imaginemos por un instante que los cerca de 120.000 miembros de las federaciones CGT y CFDT de la industria metalúrgica francesa llamen a sus respectivas confederaciones a denunciar juntas la política de François Hollande, a romper con la “izquierda gubernamental” y a promover la constitución de un partido obrero anticapitalista… La comparación es sin duda un poco retórica, pero ¿acaso no muestra que el desarrollo desigual y combinado del continente africano todavía puede encerrar algunas sorpresas (y tal vez también algunas lecciones) para los anticapitalistas europeos?

En efecto, cuando menos es del todo unilateral plantear la evolución de las sociedades africanas bajo el prisma de un modelo hobbesiano, donde la explosión de las desigualdades y la implosión de los Estados conducirán a la generalización de la guerra de todos contra todos, a la proliferación incontrolable de bandas armadas rivales, a la barbarie generalizada según el modelo de la República Democrática de Congo o de la República Centroafricana, que impediría el desarrollo de opciones políticas coherentes, por no decir emancipadoras. Así, en un país vecino, en Burkina Faso, las movilizaciones sociales del primer semestre de 2011, a raíz de la muerte de un colegial bajo los golpes de la policía, demostraron por el contrario que existe una población capaz de actuar colectivamente de forma solidaria: boicot a la producción de algodón por parte de los campesinos, huelgas de mineros, de profesores e incluso de jueces, incendios en comisarías de policía, alcaldías y delegaciones gubernamentales, aperturas de cárceles, motines en el ejército, etc. Incluso lograron algunas victorias parciales y podrían llevar a este país –que ya ha conocido importantes luchas estudiantiles, así como movimientos de resistencia a la introducción de semillas modificadas genéticamente o a la privatización de los ferrocarriles– a experimentar cambios más importantes a medio plazo/60.

Por falta de espacio no me explayaré aquí sobre el relanzamiento de las luchas sindicales en la industria azucarera de Mauricio/61 ; la huelga de los trabajadores del sector público de Botsuana por aumentos salariales (2011); las acciones masivas del movimiento obrero nigeriano, que ha protagonizado varias huelgas generales, como la de enero de 2012 contra el aumento brutal del precio de la gasolina; los esfuerzos de los sindicatos de Zimbabue por organizar el sector informal; los movimientos contra la carestía en varios países, que en Sudán dieron pie a la revuelta del pasado otoño, inspirada también en las revoluciones de la región árabe, contra el régimen islamista autoritario y corrupto Omar el Bechir, reprimida a sangre y fuego tras las duras manifestaciones de la primavera contra la cesión de tierras agrícolas a inversores del Golfo…

2) La mitad de la población africana tiene menos de 25 años de edad. Esto debería permitir, aventuran los expertos del Senado francés, escribir una nueva página de la historia de este continente, que se emancipa de sus tradiciones comunitarias y deja de ajustar las cuentas con su historia colonial. Además, subrayan, la urbanización genera “procesos de individualización” que propician “nuevos comportamientos económicos”: la nueva generación nacida con la televisión, internet y el teléfono móvil “no contemplará el mundo de la misma manera”. Richard Benégas (politólogo del Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales, CERI) va aún más lejos: para él, esta nueva generación “pretende no tanto rehacer el mundo como encontrar su sitio en él (…) Bill Gates ejerce sobre ella una mayor fascinación que el Che Guevara”/62.

En cambio, Maurice Enguéléguélé, coordinador de programas del Instituto Africano de Gobernanza, saca una conclusión opuesta partiendo de la experiencia de la región árabe: “La inversión de las pirámides de edad, la elevada tasa de escolarización combinada con el alto procentaje de jóvenes licenciados subempleados o en paro y un aumento de las desigualdades generan movimientos sociopolíticos”. En efecto, el nivel de educación medio ha aumentado claramente: el 42 % de los jóvenes de 20 a 24 años han concluido la educación secundaria; en 2030 ya serán el 59 % (es decir, un total de 137 millones, a lo que habrá que sumar 12 millones de licenciados de la educación terciaria). Esto en un contexto en que el desmantelamiento del sector público, impuesto por los Programas de Ajuste Estratégico de los años 80 y 90, ha agravado todavía más el desempelo de los jóvenes licenciados/63. El movimiento “Y’en a marre!” (YEM, “¡Estamos hartos!”), que situó la contestación en primera fila del escenario mediático senegalés en 2012, es sin duda fruto de estos procesos contradictorios. Corresponde a la izquierda revolucionaria promover el segundo contribuyendo a la radicalización política de estos movimientos.

3) La nueva “carrera por África” se explica por una rentabilidad de las inversiones mayor que en otreas partes (un 9,3 % en 2011, frente al 7,2 % a escala mundial/64). Por esta razón, alimenta la creciente rivalidad de cada vez más intereses exteriores: las potencias occidentales, por supuesto (EE UU, Canadá, Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Japón, Australia, Israel, Corea…), además de los países emergentes (China, India, Brasil, Turquía, países del Golfo, Malasia, Rusia, etc.), sin olvidar el norte de África y Sudáfrica, que exportan e invierten en el resto del continente. En este contexto competitivo cada vez más tenso, las potencias occidentales, a pesar de sus propias rivalidades, lamentan al unísono el avance espectacular de China, que gana cada vez más concursos, como el vasto proyecto de construcción del aeropuerto de Nairobi (que Francia perdió), la modernización de las telecomunicaciones de Etiopía, el megaproyecto portuario de Bagamoyo (en Tanzania), etc. El imperio del centro también se muestra activo en el sector de los medios de comunicación (periódicos, radios, televisiones por satélite), así como en la construcción de escuelas y hospitales (a veces en forma de donaciones). Incluso comienza a deslocalizar ciertas actividades industriales.

China y EE UU se libran una verdadera “batalla estratégica”. La potencia asiática ha ofrecido un edificio futurista de 18 plantas en vidrio y acero a la UA para su sede en Adis Abeba, por un valor de 200 millones de dólares y anuncia un plan de inversiones de 20.000 millones de dólares en 2013-2015, mientras que EE UU, al amparo de la campaña Doing business in Africa, lanzada por Obama en noviembre de 2012, se comprometen a aportar 7.000 millones de dólares a lo largo de 5 años, que a su vez atraerían otros 9.000 millones de dólares de capital privado, para la electrificación de África subsahariana/65. Tras su fracaso en Malí, Washington todavía busca un país para establecer en él el cuartel central del AFRICOM (¿tal vez en Senegal?). Los británicos también se prestan a potenciar su presencia en África: David Cameron ha decidido designar a sendos “enviados comerciales”, dotados de amplias prerrogativas.

Vista desde África, la creciente polarización de clase, los cambios sociales acelerados y la intensificación de la competencia interimperialista pueden abrir la puerta a una correlación de fuerzas menos desfavorable que en las décadas de 1980 y 1990, que permitirían reclamar una parte mayor de la renta y un aumento del valor añadido nacional. Pero ¿en beneficio de quién? Por un lado, el mantenimiento de indicadores macroeconómicos orientados al alza, en un contexto ideológico marcado por la creciente influencia de China, incita a ciertos sectores de las burguesías africanas a mirar de soslayo hacia Pekín y sus éxitos económicos, contribuyendo a cuestionar el “dogma de la no intervención del Estado en la economía”/66, sin aspirar, ni mucho menos, al abandono de un modelo productivista, autoritario y sumamente desigual. Al mismo tiempo, el continente no podrá evitar explosiones sociales cuyo resultado dependerá de la capacidad de la izquierda política y sindical y de los movimientos sociales para defender una perspectiva propia, en ruptura con las ilusiones social-liberales y que tienda a una ruptura con el capitalismo. Desde este punto de vista, el foco de contestación que sacude a África del norte desde finales del año 2010, que no da señales persistentes de agotamiento, así como la radicalización política de un potente sector sindical de clase en Sudáfrica, son buenas noticias.

Romper con el paternalismo neocolonial

En este lado del Mediterráneo no avanzará la solidaridad internacionalista con las luchas populares, los movimientos y las fuerzas políticas que resisten los efectos sociales y medioambientales de la dominación imperialista en África, si no se produce una ruptura con la historia de la izquierda occidental, y por tanto sin una revisión crítica de las complicidades de la Ilustración europea con la trata de esclavos, y sobre todo del movimiento obrero con el colonialismo, el neocolonialismo y las políticas de inmigración racistas que les acompañan. No hay que olvidar que en Francia ni el Frente Popular y ni siquiera el Consejo Nacional de la Resistencia habían incluido en su programa la independencia de las colonias. Esta revisión histórica no tiene nada que ver con la expiación de una supuesta culpabilidad occidental: el proletariado occidental y los pueblos coloniales tienen, en efecto, los mismos enemigos.

Para citar tan solo algunos ejemplos, recordemos que en el siglo XVII los primeros esclavos de las plantaciones de Norteamérica fueron, en mayor número que los africanos, las víctimas europeas del tratamiento penal de la pobreza en los tiempos de la acumulación primitiva/67; que los oficiales versalleses que masacraron a más de 20.000 seguidores de la Comuna de París habían aprendido su “oficio” al mando de los Batallones de Infantería Ligera de África; que la barbarie nazi se inspiró en el corazón de las tinieblas coloniales antes de desarrollar sus políticas genocidas en Europa oriental y en Rusia, como demostraron de modo convincente Simone Weil (la filósofa), Aimé Césaire y Hannah Arendt; que el oficial paracaidista Paul Aussaresses, experto en tortura y gran conocedor de los escuadrones de la muerte en Argelia, transmitió su experiencia a los especialistas de Fort Bragg en EE UU, quienes la pondrían en práctica en Vietnam (operación Phoenix), así como a los del Centro de Manaus (Brasil), que formará a las policías secretas de las dictaduras sudamericanas; que los planes de ajuste estructurales se aplicaron en primer lugar en África, Asia y América Latina, en las décadas de 1980-1990, antes de ser “exportadas” últimamente a Europa del sur.

En materia de circulación de las prácticas imperialistas entre el Norte y el Sur, la historia reciente de Francia es reveladora. Tras la Liberación, algunos de los altos cargos del régimen de Vichy –en particular de su aparato policial– fueron trasladados a África para seguir prestando allí sus “buenos servicios” en la perspectiva de una “descolonización” controlada. En justa retribución de las cosas, en abril de 1961 los jefes del ejército francés de Argelia, organizados en la O.A.S., intentaron un pronunciamiento (como dijo el propio De Gaulle) contra las autoridades políticas de la metrópolis; seis meses más tarde, el 17 de octubre, el jefe de policía de París, Maurice Papon, criminal de guerra bajo la ocupación alemana, recuperado por el gaullismo, reprimió una manifestación del FLN en París, causando por lo menos varias decenas de muertos. Hace poco, demostrando la continuidad de estos lazos entre la extrema derecha y las tropas de ultramar, un grupo de paracaidistas destacados en la República Centroafricana llegó a lucir una insignia nazi en el uniforme sin suscitar ninguna reacción por parte de sus superiores hasta que el escándalo saltó a la luz pública/68.

Más allá de estas constaciones necesarias, la izquierda de los países dominantes debe esforzarse por formular un programa antiimperialista sin ambigüedad, por mucho que pueda parecer todavía, en gran medida, propagandístico. En este sentido, ¿no deberíamos defender de una forma más sistemática que para salvar a la gran mayoría de la humanidad de una miseria creciente urge romper con el capitalismo? En efecto, la crisis actual de la mundialización conjuga al menos cuatro dimensiones que requieren sendas respuestas de conjunto: en primer lugar, la dimensión económica, pues la sobreacumulación relativa de capital y su búsqueda de una mayor rentabilidad conduce a la exportación creciente del mismo, que puede ir de la mano de la aceptación de beneficios diferidos en el tiempo/69; la dimensión social, asociada principalmente al retorno intensivo de la acumulación por desposesión, que favorece la ampliación masiva de las migraciones; la dimensión ecológica, relacionada con la aceleración del cambio climático y la agravación de la penuria de recursos naturales, suscitadas por la intensificación del modelo productivista y de su componente “extractivista”; y la dimensión política, finalmente, vista la pérdida de control acelerada por parte de los de abajo y el aumento del poder de los de arriba con respecto a las grandes opciones económicas y sociales del planeta, así como la creciente rivalidad de estos últimos, que puede atizar conflictos políticos e incluso militares.

¿Cómo desarrollar respuestas de clase a estas cuatro dimensiones de la crisis, demostrando que los intereses de la gran mayoría de la humanidad –indispensables también para el mantenimiento de formas de vida evolucionadas– son antagónicos con los de las clases dominantes a escala de todo el planeta? Semejante programa no es concebible sin poner en tela de juicio la propiedad privada de los grandes medios de producción (recursos naturales y equipamientos), de distribución y de crédito, sobre todo porque autoriza a una pequeña minoría a disponer discrecionalmente sobre su uso. Esta es la razón fundamental por la que los pueblos del mundo tienen un interés común en romper con el capitalismo y la dominación imperialista que comporta. Esta reflexión, sin duda, no es nueva, razón de más para extrañarse de que no sea invocada más a menudo en los debates actuales sobre el neocolonialismo y el desarrollo desigual, máxime cuando desde hace poco encuentra un eco creciente, a la izquierda de la ecología política, entre autores que no se remiten directamente al ecosocialismo/70. En realidad, la implosión de la URSS y la conversión de China al capitalismo son en gran medida responsables de esta paradoja.

Además, como han subrayado varios autores marxistas desde Rosa Luxemburgo, con el imperialismo, la generalización de la acumulación capitalista mediante la explotación del trabajo asalariado se combina a escala mundial con la continuación de la acumulación primitiva, en particular mediante la violencia colonial y neocolonial. Más recientemente, desde la segunda mitad de la década de 1970, la crisis del capitalismo “central” también ha contribuido a relanzar, a una escala más amplia lo que David Harvey denomina la acumulación por desposesión, a expenas de los pequeños productores, así como de los asalariados de la “periferia”, acelerando la privatización de los recursos naturales (tierras, bosques, litorales, aguas costeras, subsuelo, etc.) y de las empresas públicas, especialmente en África/71. Este régimen de acumulación ha favorecido a su vez un crecimiento masivo de los flujos migratorios, en la medida en que combina el desarraigo de los pueblos que viven de la agricultura de subsistencia y de la pequeña producción de mercancías, con su deplazamiento acelerado, en particular por la guerra, su apiñamiento en vastos arrabales y el empleo de una parte de ellos en sectores asociados a la exportación (agricultura, minas, industria, transportes, etc.).

Desde el punto de vista de los antiimperialistas occidentales, nuestra solidaridad con estas poblaciones debe comenzar por el apoyo a su resistencia a la expropriación, demasiado a menudo vinculada directamente a intereses imperialistas (acaparamiento de tierras, proyectos hidroeléctricos, prospección minera, guerras por los recursos, etc.). Debe proseguir con la denuncia de sus condiciones de trabajo en empleos en su mayor parte informales, mal pagados y peligrosos, en la producción, los servicios y la venta, a menudo en beneficio de empresas extranjeras. Por supuesto, la expropiación de decenas de millones de pequeños productores africanos no comporta la creación de un número de empleos equiparable, aunque sean precarios, lo que suscita la explosión del número de proletarios “sin hogar ni lugar”, que andan errantes por los campos ofreciendo sus servicios a las redes de contrabando, de bandidaje o de lucha armada, que revisten a veces los colores de una etnia o de una fe sectaria, o se apiñan en ciudades de chabolas buscando un expediente para sobrevivir. La migración de una parte de ellos a otro país subsahariano, o a África del norte, con la esperanza de llegar a Europa, los condena a sufrir diversas formas de violencia, como una detención prolongada en los países ribereños del Mediterráneo, casi siempre ordenada por la UE, que hace falta denunciar activamente.

La multiplicación de las tragedias que golpean a los clandestinos, especialmente en los alrededores de Lampedusa, es consecuencia directa de las medidas adoptadas por instituciones como Frontex, así como de las leyes cada vez más restrictivas adoptadas por los Estados europeos con la aquiescencia de los partidos de izquierda. De ahí que las tomas de posición a toro pasado contra las consecuencias más abyectas de las políticas antimigratorias inhumanas, cuando se favorece su desarrollo al defender la inviolabilidad de la fortaleza Europa, sean, en el mejor de los casos, ineficaces. La criminalización de los migrantes, que justifican la obsesión por la seguridad y el racismo, es en efecto la forma principal que adopta hoy la guerra contra “la plaga de los mendigos”, típica de los siglos XVI a XVIII, así como de los periodos de desempleo masivo en Europa a partir del siglo XIX. Únicamente si apoyamos el combate de los migrantes contra su internamiento arbitrario y su expulsión y contra las humillaciones y el trabajo esclavizado a que se ven a menudo sometidos, y por el respeto de sus derechos, se podrá favorecer su asociación con los colectivos sindicales y los movimientos sociales que luchan contra el desmantelamiento de los servicios públicos y de las prestaciones sociales, así como contra la especulación inmobiliaria y la explotación del trabajo en los países del Norte. Negarse a dar prioridad a esta cuestión es dar la espalda a la centralidad de la lucha antiimperialista por la reconstrucción de una conciencia de clase proletaria en los países dominantes.

En conclusión, este artículo parte de la constatación de que no sirve de nada distinguir entre los intereses económicos de los grandes grupos privados y la política de gran potencia del Estado francés en África. En efecto, en un contexto en que no deja de endurecerse la competencia entre exportadores e inversores del mundo entero, está claro que París se esfuerza por jugar una carta más ofensiva movilizando al conjunto de sus bazas tradicionales en este continente. Así, de coto de caza en declive que ha servido muy a menudo de muleta a capitales poco competitivos, Franciáfrica deberá transformarse en base de retaguardia de las grandes empresas francesas lanzadas a la conquista de nuevas cuotas de mercado en las regiones “anglófonas” y “lusófonas” del continente. No se trata por tanto de olvidarse de la zona CFA, sino de reinvertir las rentas preferenciales a favor de una lógica de expansión. En esta óptica, la capacidad de intervención del ejército francés en su antiguo imperio debe considerarse una baza política significativa, que incluso puede generar réditos económicos apreciables, a condición de utilizarla con prudencia, dentro de un marco internacional concertado, especialmente con el Consejo de Seguridad de la ONU, EE UU, la UE, la UA y las autoridades de la región y del país afectados.

Lo que he llamado “apatía humanitaria” de la izquierda francesa le impide ver hasta qué punto “el aseguramiento de los Estados frágiles” se ha convertido hoy en una de las tareas estratégicas del imperialismo, en un momento en que se abre paso a codazos para esquilmar de nuevo a África. Después de todo, ¿no fue también el objetivo declarado de la colonización de finales del siglo XIX dotar al “contiente negro” de un orden político estable, “favorable a la seguridad de los negocios” y basado en la explotación sin freno de los recursos del continente? De la misma manera, lejos de salvar vidas humanas amenazadas por el hundimiento de los poderes públicos, las operaciones de policía a gran escala, realizadas o encargadas actualmente por las potencias occidentales, no hacen por tanto más que allanar el camino a una explotación más implacable todavía del continente, cuyas consecuencias humanas y ecológicas podrían resultar incluso más mortíferas que las de la precedente “carrera por África”.

15/01/2014

http://www.contretemps.eu/intervent...

Traducción: VIENTO SUR

Notas:

1/ Claude Gabriel, "Centrafrique, un domino de plus", Europe solidaire sans frontières (ESSF), 12 diciembre 2013.

2/ En Africa, el FMI distingue cuatro tipos de Estados: petroleros (Camerún, Chad, Congo, Gabon), de renta intermedia (Senegal), de renta baja (Benin, Burkina, Madagascar, Mali, Niger) y frágiles (RCA, Costa de Marfil, Guinea, RDC, Togo), por no citar mas que los países “francófonos”. Ver también Colette Braekman, "La Centrafrique en quelques questions", Le Soir, 28 dic. 2013.

3/ Jeanny Lorgeoux y otros, "Sur la présence de la France dans une Afrique convoitée", Informe de un grupo de trabajo de la Commisión de asuntos exteriores, de defensa y de las fuerzas armadas del Senado, n° 103, 29 octubre 2013, p. 481.

4/ Julliard & H. Liffran, "Balkany, le conseiller Afrique (au noir) de l’Elysée", Le Canard Enchaîné, 3 feb. 2010.

5/ Le Informe Védrine hace referencia a este término conjugándolo siempre en pasado (Hubert Védrine et al., "Un partenariat pour l’avenir: 15 propositions pour une nouvelle dynamique économique entre l’Afrique et la France", Informe para el Ministerío de Economía y Finanzas, dic. 2013, p. 16).

6/ Esta comisión solicitó especialmente el informe del Grupo de Trabajo Sahel, de Jean-Pierre Chevènement et al., del 3 de julio de 2013, p.193.

7/ Védrine et al., Un partenariat…, pp. 18-19.

8/ Crédit Suisse, Africa : The Commodity Warrant, New Perspectives Series, 14 de abril de 2008,.108, hecho público por WikiLeaks (www.wikileaks.org/wiki/).

9/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 84.

10/ En 2015, Africa debería producir 78% de platino, 60% de cobalto, 57% de magnesio et de diamantes, 34% de palladium, 22% de oro y de uranio, 15% de bauxita, 9% de cobre y 7% de zinc (Crédit Suisse, Africa…, p. 41). Este continente estaría en posesión del 89% de las reservas conocidas de platino, del 81% de cromo, del 61% de magnesio y del 60% de cobalto (Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 57).

11/ Para los territorios árabes, ver Crédit Suisse, Africa…, p. 69.

12/ UNCTAD, World Investment Report 2013, p. xvii.

13/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 23 ; Jeanny Lorgeoux otrosl., Sur la présence…, p. 31.

14/ Esta contra-performance comercial relativa no impidió duplicar las exportaciones francesas a África subsahariana en el período de 2000-02 a 2009-11.

15/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 63.

16/ Para no citar más que los ejemplos más significativos, los grupos Areva, BNP-Paribas, Bouygues, Eiffage, Eramet, Orange, Ponticelli Frères, Société Générale, Vinci, etc., están fuertemente implantados en la zona CFA.

17/ Alstom, Bolloré, BRL Ingénierie, Lafarge, L’Oréal, Sanofi, Schneider Electric, Technip, Thalès, Total están muy implantados fuera de la zona CFA (Védrine et al., Un partenariat…, p. 69).

18/ Mis cálculos a partir de Védrine et al, Un partenariat…, p. 60.

19/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 139.

20/ En el marco de las renegociaciones actuales, “numerosas” ONG -entre ellas OXFAM apoyada por su contraparte local, la Red de Organizaciones para la Transparencia y el Análisis presupuestario (Rotab)- tienen la sospecha que el presidente (nigeriano), Mohamadou Issoufou, ex-secretario general de la Sociedad de Minas de Níger (Somair) una de las filiales locales de Areva, ayudó sobradamente al grupo francés” (La Lettre du Continent, n° 673, 31 déc. 2013).

21/ Védrine et al., Un partenariat…, pp. 128 & 144.

22/ La continuidad de la sigla CFA, del “Franco de las colonias francesas de África” (1945) al “Franco de la comunidad financiera de África“ (en Afrique del Oeste) o al “Franco de la cooperación financiera en África Central” (en África ecuatorial), tras sus independencias, pasando por el “Franco de la Comunidad francesa de África” (1958), dice mucho sobre el estatuto postcolonial de esta moneda. Pilotadas por el Banco de Francia y el Ministerio de Economía y Finanzas de la ex-metrópoli, las reuniones de los ministros de Finanzas de la zona tiene lugar dos veces por año, de forma alternativa en Paris y en África.

23/ Igualmente, la existencia de una tupida red bancariafrancesa en la sub-región “constituye una buena garantía contra los riesgos políticos” : así, cuando la filial de la Société Générale fue nacionalizada en Costa de Marfil (2011), a “determinados grandes clientes” se les ofreció de inmediato la apertura de cuentas en las filiales de los países vecinos o en Francia. (Védrine et al., Un partenariat…, p. 72).

24/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 65.

25/ Francia cuenta con 800 000 inmigrantes del África subsahariana; de ellos, 10.000 son malienses.

26/ En abril de 2013, estos buenos discursos no impidieron a Francia negar el visado a la militante altermundialistaces Aminata Traoré, invitada a Paris por el NPA, dadas sus críticas a la operación Serval. Prohibición que fue extendida a todo el espacio Schengen.

27/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 21 & 138-9.

28/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 76; Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 350.

29/ R. Granvaud, Survie.org, 1er août & 13 nov. 2013.

30/ “La FIDH y la LDH exigen al Parlamento francés la puesta en pie de una comisión de investigación para abordar la represión de las manifestaciones del 9 de noviembre en Costa de Marfil”, 30 nov. 2004 (http://www.fidh.org, consultado el 10 de enero de 2012).

31/ Para conocer una relación histórica edificante de las acciones miltares de un comando de la marica del COS que participó en numerosas operaciones coloniales y neocoloniales desde su creación en 1947, ver : "Force spéciales: le GCOS chez les marins de Lorient!" (www.veterans-jobs-center.com, consultado el 10 de enero de. 2014).

32/ Su padree, Renaud de Saint-Quentin, nacido en Marruecos, ex-director general de GEFCO (una filiale de PSA), fue oficial de carrera en la aviación en Indochina, Suez y Argelia.

33/ Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 338.

34/ La Fuerza de Intervención africana no debería estar operativa antes de 2015; es por eso que la última cumbre de la UA decidió poner en pie anticipadamente una Unidad africana de respuesta inmediata (CARIC, en francés). Si se quiere conocer un punto de vista escéptico sobre la misma, ver M. Plaut, "African Union Missing in Action", The Guardian, 6 de enero de 2014.

35/ Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 12.

36/ El famoso libro del historiador guayanés, Walter Rodney, "Et l’Europe sous-développa l’Afrique", Paris, éd. Caribéennes, 1972, va a ser traducido en breve al chino (Pambazuka News, n° 660, 8 de enero de2014).

37/ Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 353.

38/ Védrine et al., Un partenariat…, pp. 151-52.

39/ Afroconcept News, 26 nov. 2013 (www.afroconceptnews.com) ; Michel Galy, Le Monde, 4 dic. 2013.

40/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 80.

41/ Kristin Ross, "May ‘68 and its Afterlives", Chicago, University of Chicago Press, 2002, pp. 167-69.

42/ En 1998, tres años después de morir su padre, vendió Becob, en la que tenía el control del 65% del capital, a François Pinault, que después cedió este sector de actividades a la británica Wolseley (Nicolas Beau & Olivier Toscer, "Une imposture française", Paris, Les Arènes, 2006).

43/ Isabelle Chaperon, Le Monde, 6 sept. 2013.

44/ http://npa2009.org/node/39626

45/ http://www.lepartidegauche.fr/actua...

46/ http://www.gauche-anticapitaliste.o...

47/ Lenin definía la SDN (Sociedad de Naciones, surgida de la ONU que existió entre 1919 y 1946) como una “asociación de piratass » (Œuvres, Paris & Moscou, Ed. Sociales et Ed. en langues étrangères, t. 31, p. 335). ¿Cómo calificaría al Consejo de Seguridad de la ONU?

48/ Vincent Munié, "Une coopération militaire multiforme et contestée. En Centrafrique, stratégie française et enjeux régionaux", Le Monde Diplomatique, febrero 2008.

49/ Albert Londres, "Terre d’ébène", Paris, 1929 (Le Serpent à Plumes, 1998). Ver también André Gide, "Voyage au Congo", Paris, 1927 (Folio-Gallimard, 1995).

50/ Raphaël Nzabakomada-Yakoma, "L’Afrique centrale insurgée. La guerre du Kongo-wara 1928-1931", Paris, L’Harmattan, 1986. Martin Thomas, "An Empire in Revolt? The Rif War, the Syrian Rebellion, Yen Bay and the Kongo Wara", en: "The French Empire Between the Wars: Imperialism, Politics and Society", Manchester U.P., Manchester, New York (N.Y.), 2005, pp. 211-244.

51/ Por ejemplo, un país como Zambia es totalmente dependiente del mercado mundial del cobre.

52/ Ver en ESSF (article 30847), L’Afrique subsaharienne et ses croissances (du PIB, de la bourgeoisie et des inégalités).

53/ Actualmente, estas armas de guerra se utilizan para la caza furtiva de elefantes, lo que puede llevar a su desaparición de los bosques de África central en unas decenas de años (Le Monde, 15 de marzo de 2013).

54/ Bruno Losch, Sandrine Fréguin-Gresh, Eric White, Structural Transformation and Rural Change Revisited: Challenges for Late Developing Countries in a Globalizing World, Africa development forum series, Banco Mundial, 2012, p. 2.

55/ La presa del Renacimiento, en el Nilo azul, en Etiopía, junto a la frontera de Sudan, de una capacidad dos veces superior a la de Assuan conlleva el riesgo de un impacto ecológico enorme por los riesgos de inundaciones en el Sudan y Egipto.

56/ “Las privatizaciones de las empresas estatales se han ralentizado progresivamente, quizás porque la mayoría de las empresas rentables ya han sido privatizadas” (sic!) (Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 90).

57/ Es cierto que habían sido brutalmente reducidas por el desmantelamiento de la reglamentación del trabajo y las devaluaciones durante el período de los PAS.

58/ El porcentaje de endeudamiento del sector público que pasó del 100% en 2001 a 28% en 2008, remontó al 42% en 2012 (Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 89).

59/ Védrine et al., Un partenariat…, p. 25.

60/ Lila Chouli, Burkina Faso 2011. Chronique d’un mouvement social, Tahin Party, Lyon, 2012.

61/ Ver en ESSF (article 30850), « Economie et luttes sociales en Ile Maurice ».

62/ Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, pp. 38, 42-44, 46 ; Védrine et al., Un partenariat…, p. 38.

63/ Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 43.

64/ Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 95.

65/ Védrine et al., Un partenariat…, pp. 49-50 ; Jeanny Lorgeoux et al., Sur la présence…, p. 26. La sociedad estadounidense General Electric preve un crecimiento de dos dígitos en sus negocios en el continente durante el próximo decenio y pone a punto su dispositivo africano. (J.-P. Rémy, Le Monde, 1 de enero de 2013).

66/ Ver en ESSF (article 30851), Afrique subsaharienne : le mythe de la réussite.

67/ En 1671, Virginia no contaba más que 2000 esclavos negros contra 6000 detenidos blancos, sujetos a condenas temporales. .

68/ Le Parisien, 22 dic. 2013.

69/ Ver el concepto espacial-temporal desarrollados por David Harvey en Le nouvel impérialisme, Paris, Les Prairies ordinaires, 2010, pp. 142-52.

70/ Ver, por ejemplo: Hervé Kempf, "Pour sauver la planète, sortez du capitalisme", Seuil, 2009.

71/ Es por lo que hoy en día resulta particularmente importante apoyar a los periodistas y períodicos perseguidos por el grupo Bolloré por haber cuestionado su papel, sobre todo en lo que tiene que ver con el acaparamiento de tierras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario